Desde la niñez nuestros padres empiezan a formar nuestro carácter, nuestras actitudes frente a la vida. Dios, en su infinita misericordia hace lo mismo a través de nuestra vida para hacernos más fuertes, tal como nos lo cuenta hoy San Pedro en su primera carta: …”Dios, de quien procede toda gracia, los ha llamado en Cristo para que compartan su gloria eterna, y ahora deja que sufran por un tiempo con el fin de amoldarlos, afirmarlos, hacerlos fuertes e inconmovibles.”
Cuántas veces en medio del llanto y de la desesperanza nos hacemos la misma pregunta: ¿por qué me pasa esto a mí?, incluso, tendemos a renegar de la existencia divina y de su presencia en nuestras vidas. Claro, todos nos hemos sentido abandonados alguna vez, pero no podemos olvidar que estas experiencias dolorosas, por duras que sean, son un instrumento para nuestra formación, para nuestra evolución espiritual.
Hace un par de días, una persona llena de luz me explicaba cómo nuestra vida podría parecer un paseo de domingo en hombros de nuestro padre. De repente, llegamos a distraernos tanto con lo que vemos a nuestro alrededor con tanto ruido, tantos globos, niños jugando y demás, que olvidamos que estamos en la compañía de nuestro padre, así que empezamos a clamar desesperados en su búsqueda, sin darnos cuenta que seguimos ahí, cargados sobre sus hombros. Así mismo es nuestra relación con Dios. Él nos creó, envió a su hijo para que nos salvara y sin embargo dudamos de su presencia en nuestras vidas, simplemente porque nos distrajimos con el ruido del mundo, con la vida agitada y alejada del Padre.
Que este sea el momento hermanos de acercarnos nuevamente al Padre. Entonces nos daremos cuenta de que él siempre estuvo allí, y como sus niños que somos, ha hecho dedicadamente su trabajo, formando nuestro carácter con cada experiencia vivida para que un día podamos volver a su seno más llenos de amor y de confianza.
Epístola I de San Pedro 5,5b-1
Salmo 89(88),2-3.6-7.16-17
Marcos 16,15-20.
No comments:
Post a Comment