La primera lectura de la liturgia de hoy tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles nos recuerda la reconversión de Saulo (Pablo) de perseguidor de los cristianos a pilar de la iglesia, y aunque el tema ha sido centro de profundos análisis teológicos, hoy quiero puntualizar mi reflexión en el momento en el que Ananías, un hombre de Dios, le impone las manos a Saulo para que recobre la vista, entonces, dice la Santa Escritura, se le cayeron una especie de escamas de los ojos que no le permitían ver. Dos milenios después la ceguera sigue siendo una constante en la humanidad.
Creemos casi con total certeza que vemos perfectamente porque percibimos con los ojos lo que nos rodea, sin embargo, la ceguera espiritual ha cerrado nuestros ojos del alma ante la única verdad que es Cristo y nos negamos a ver y a percibir lo que verdaderamente nos rodea.
Cuántos de nosotros estamos quizás enceguecidos por el poder, la envidia, la indiferencia o incluso por alguna adicción, y aunque aparente veamos a nuestro alrededor la verdad es que hemos perdido la percepción real del mundo.
Esta es una breve invitación para que como Saulo (Pablo) y con la ayuda de Dios, nos quitemos las “escamas” que nos enceguecen, primero a través del reconocimiento de las debilidades que nos quitan la percepción de la realidad, y segundo, a través de la humildad y el recogimiento para que Dios que es Todopoderoso entre en nuestras vidas, las transforme y nos permita al aigual que Pablo, recobrar la vista.
Lecturas para hoy:
Hechos 9,1-20
Salmo 117(116),1.2Juan 6,52-59
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